lunes, 10 de diciembre de 2018

Depresiva canción.


Tristeza que sobrevuela el océano a la par que contamina con sus lágrimas los recuerdos. La ola nos sacudió y expulso volando hacia el futuro sin preguntarnos cómo queríamos nuestro destino. No cuestionó de dónde veníamos ni a dónde queríamos ir, simplemente nos condujo a un escenario de incertidumbre, a un nuevo episodio de desasosiego, a la reencarnación más absurda de algo que no habíamos elegido.

Palabras revueltas que revolotean alejadas de la alegría, de las tibias sonrisas o de las carcajadas más grotescas. “Nunca seremos quienes quieren que seamos” y nos vemos llorando, obligados a llorar simplemente para cubrir el mar de las dudas.

Aterciopeladas son las caricias que sobrevolaran la memoria para empujarnos al olvido de la que llaman la “generación perdida”. Arremolinados versos que no riman y que componen la más amarga melodía sonando en Re menor.

El horizonte se perdió en la brújula, las piedras en los zapatos y la arena de nuestras manos nunca pudo parar el tiempo de nuestros compases nocturnos. 

Ahora, solo ahora, alejados del barullo podremos ser quienes no fuimos para morir entre cenizas creyendo alcanzar con los dedos todo aquello que soñamos, todo aquello que vencimos, todo aquello para lo que la tristeza nos convirtió en verdugos del tiempo.




jueves, 4 de octubre de 2018

Inflexión en la Gran Vía

He visto atascos en la Gran Vía que han levantado más ampollas que un largo camino empedrado, días de lluvia en los que el cabreo colectivo enervaba más que cualquier suspenso injusto.

He visto partidos de fútbol, victorias en un sitio y derrotas en otro, que traían más debate que cualquier noche de sábado en la parrilla televisiva.

He visto colapsos mentales por móviles inhabilitados, llantos de bebés prolongados por la falta algún capricho sin gran importancia o incluso gente que espera en la caja del super más cabreada que cuando se pierde la cartera.

Todo lo que vemos tiene el filtro de la experiencia, de lo vivido y que se aloja, en la mayoría de los casos, en el recuerdo de nuestro cuerpo y memoria. Todo depende de los zapatos y no de los pies, de la jaula y no de las alas, del cristalino pero también del cristal, depende de nuestra vida individual que habita en lo colectivo.


¿Todo? Todo excepto que a nosotras nos siguen matando, que siguen quitándonos la vida, exprimiendo nuestra paciencia para hacer zumos de marketing sin iniciativas potentes y reales que frenen la masacre machista. Todo excepto que nos violan, nos juzgan y cuestionan nuestras vidas. Todo excepto que nos agreden, nos parten los huesos y el alma. Todo excepto que en 2017 se registraron 99 feminicidios y este 2018 no nos da cifras mucho más alentadoras. Todo excepto que nos humillan y nos asesinan y aquí las caravanas de coches persisten, los pies siguen caminando, los partidos de fútbol se siguen publicitando, los dimes y diretes de los magazines siguen perpetrándose o las pantallas se siguen desbloqueando de forma inconsciente.

A nosotras nos siguen matando, asesinando, violando, vejando e insultando y el mundo sigue girando sin inmutarse lo más mínimo. Las palmadas en la espalda momentáneas no sirven de nada hasta que la cifra no este a cero.

En el 8M sin duda comprendimos gracias al grito sonoro que el feminismo era el único camino para lograr un cambio real. Logramos hacer entender que si nosotras paramos, realmente se paraba el mundo. Pero hace falta algo más allá, una reflexión profunda y colectiva, un cambio que ya estamos viviendo pero donde queda mucho por avanzar. Frida Kahlo decía que "Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior" y a nosotras ahora ya no nos para ni devora nada cuando lo hacemos en conjunto.


Hasta que no exista la inflexión política, social y racional, nosotras seguiremos gritando con rabia para que dentro de unos años haya más supervivientes a la lacra machista que pequeñas reseñas de periódico diciendo que nos matan, para que dentro de unos cuantos años más no tengamos que hablar de feminismo sino que vivamos plenamente en él.

jueves, 23 de agosto de 2018

¡Qué tristeza de peros!


Todo aquello que deriva del "pero" se elimina de forma directa: "yo no soy (racista/fascista/machista/añádasecualquierodio) PERO..." y tras esto, la expresión rotunda se impone dejando de lado a cualquier derecho o libertad ajena.


Tenemos mayor acceso al conocimiento, la sobre-información se impone, el poder viajar es más fácil que nunca y con ello parece que vendría la apertura de mente, pero ciertamente, a día de hoy nos volvemos más individualistas, más prepotentes y quizá la soberbia habita en la vida cotidiana. Sigue existiendo a día de hoy la incapacidad de ponerse en los zapatos del otro para poder caminar por el mundo de forma más plural.



La sobrevaloración de las propias capacidades o el eliminar las habilidades del resto, hace que tantas veces el propio hombro sea el horizonte más bajo que se puede mirar. La sociedad de la competitividad hace que quien precisa eliminar al resto para imponer su ego construya su propio futuro repleto de las cicatrices de las malas relaciones sociales.



Me preocupa el fanatismo por causas que atentan contra la vida del otro, pero de la misma manera me aterra el amor propio en exceso, la medicina del propio ombligo que ciega las conductas de quienes se creen capaces de imponer su única y anticuada visión. Diferenciando por supuesto la palabra "anticuada" de "antigua", es ahora cuando recuerdo tantas historias de mis abuelos que me hacen ver que cuando vivíamos menos conectadas en las redes lo hacíamos más en la vida personal y el tender la mano al otro, el arropar en su llegada, el no dejar que el Mediterraneo sea una tumba infernal, quizá entonces fuera algo que de haberse dado en el anterior siglo hubiera sido más normalizado, menos odiado, cuestionado y controvertido.


¿Qué futuro queremos construir? Aquí o trazamos un cordón umbilical conjunto, que no niego que existan sus intentos y las cosas buenas de la vida, o nos moriremos de titulitis en lo alto de una pirámide, donde después de llegar con esfuerzo individualista, no habrá nadie que nos espere para darnos un abrazo. Será entonces cuando la única bandera que podamos alzar tenga los colores de la pena más absoluta. ¡Qué triste!


miércoles, 20 de junio de 2018

Ombligo en tierra.


Escuché hace no mucho que nuestra tierra es donde crecemos, donde acudimos cuando sentimos peligro, ese metro cuadrado que tildamos como "seguro". Escuché que esa zona que llamamos "confort", nuestro sitio de descanso y de desconexión es el rincón del planeta donde podemos permanecer libres y en consonancia con lo que nos rodea. Creí entender que allí están, sin banderas ni leyes impuestas, aquellos a los que queremos, nuestra familia, esas personas que caminan lo más lejos a nuestro lado.


Imaginemos por un triste segundo que todo aquello a lo que llamamos "tierra" un día se ve desteñida, apaleada, olvidada, difuminada, perseguida o destruida y esa "chufa", esa zona de bienestar, no existe, tenemos que huir, escapar por una cuestión todavía más triste: la vida y la libertad corren peligro. Este es el drama de las personas refugiadas, más de la mitad de quienes sufren esta negra realidad son niños y niñas, una pesima realidad donde las mujeres son doblemente vulnerables. Personas que viven la pobreza en sus propias carnes. No es aleatorio que el hambre se vea en aumento en las últimas décadas: vivimos y sobreviven a uno de los episodios más funestos e incomprensibles en mucho tiempo.



Hablar de las personas refugiadas es hablar de violencia, de una violencia que se ejerce para lograr un fin, para imponer un criterio sin mirar lo humano, en definitiva: para machacar al débil. La violencia colectiva, la que engloba lo social, lo político y lo económico, acecha al mundo y en el panorama más habitual: el mundo se silencia, se queda atónito, con un sentimiento de lástima pero con un cuestionable y preocupante inmovilismo. En el mejor de los casos se usan las palabras y los golpecitos mudos en la espalda. Pero si volvemos a la escena melancólica, los hechos por parte de quienes tienen la posibilidad de crear acciones reales, de modificar lo social, lo político y lo económico, de erradicar la violencia, no suelen ser transcendentes.

Podríamos quedarnos analizando el sentimiento, el pensamiento colectivo, crear teorías nuevas sobre los movimientos migratorios... pero quizá precisamos un empujón más, otro "No a la OTAN" del 1988, un nuevo "No a la guerra" como en aquel Irak del 2003 o aquel "Nunca mais" gallego de unos meses previos. Es preciso el desborde ciudadano, la reivindicación y la exigencia del cumplimiento solidario. Es necesaria que esa sensación de urgencia, ese pasar de mirar a actuar. Es fundamental que esas ganas de "hacer" queden impregnadas en cada una de las personas que hemos tenido la suerte de poder vivir en un tiempo y en un espacio en el que solo hemos tenido que huir y escondernos para jugar al escondite. Solo así se logrará que esas millones de voces silenciadas puedan mover la palanca de la solidaridad real.

Hoy, Día Mundial de las personas refugiadas, volveremos a pasar de mirar nuestro propio ombligo a mirar a los ojos al mundo. ¿Mañana? ¡Quién sabe si habrá mañana!

jueves, 26 de abril de 2018

Hermana, yo te creo.

Siento rabia. He escuchado muchas veces eso de "los puños apretados, la cara endurecida y el corazón en un puño", pero hacía tiempo que no lo experimentaba en mi propia persona. 

Siento odio. Rara vez tengo la sensación de escalofrío, de un escalofrío en negativo que recorre todo el cuerpo y que por dentro noto que exploto en mil pedazos como si mis venas y arterias se convirtieran en punzones, en cristales rotos. 

Siento fuerza. Creo que soy capaz de todo al mismo tiempo que demolería mil muros, mil temores… Pero sé que sola jamás podré con ello. Siento que hoy me han golpeado a mí y a cientos de hermanas, de compañeras, de mujeres. La justicia patriarcal hace de las suyas mientras nosotras haremos de las nuestras. “Feminismo o barbarie” dictaba el cartel. "Nos habéis declarado la guerra", decía otro. Ahora sabemos que no estamos solas, que juntas podemos ser más fuertes, que nuestra libertad es nuestra arma, nuestro grito la esperanza y nuestra unión: la fuerza más inmensa que nadie conocerá jamás. Cuantos más palos nos peguen, cuantas más veces escuchemos que nos violan, que nos asesinan, que nos invisibilizan… nos haremos más grandes, sumaremos fuerzas y seremos más. 

Hablo desde la rabia, tecleo sin piedad desde el desconcierto, desde el camino que sé que es imparable. No hay marcha atrás, esta vez no. Ya son muchas veces que han intentado envolvernos en silencios, en palabras mudas, en temores… 

Siento rabia, siento odio, siento fuerza. Todo en su justa medida para hacer de todo ello la revolución más importante que jamás podrán parar. 

Somos la rabia que surge del odio para ser la mayor de las fortalezas. 


Noticia: La indignación feminista contra la sentencia de 'la manada' llena las calles de toda España http://lee.eldiario.es/mn

lunes, 2 de abril de 2018

Postureo de solapa.

Crea días de algo. Rememora todo lo que sientes en un solo día al año. Haz mil lazos, lazos de colores: rosas, azules, amarillos, incluso crespones negros. Lucha como si no hubiera un mañana invirtiendo todo tu salario en esos trozos de tela. Invade tus redes sociales con lazos, cambia tu foto de perfil y haz que recorra todos tus grupos con una reivindicación concreta, tienes 24 horas para ello. Celebra el día nacional, internacional, mundial, estratosférico… de algo. Siente que es tu causa, que es tu lucha, haz de ello tu melodía desde que te levantas hasta que te acuestas. Háblales a tus amigos y familiares de ello, compra lazos para todos y vuelve a empezar la historia: haz que inviertan su sueldo en comprar estos trozos de tela, haz que invadan sus redes sociales con lazos, que cambien sus fotos de perfil y que todos los grupos que compartís y los que no, estén plagados de ese mensaje. Sentir que es vuestra causa, vuestra lucha, haz que canten la misma canción y que sigan hablándoles de ello al resto de personas del país, del mundo, del universo, de la galaxia…

Y al día siguiente, ¿al día siguiente? Siente que ha sido como un cumpleaños: solo se celebra una vez al año, solo se sopla la vela una vez al año, solo se tiran confetis de colores una vez al año. Imagina que ese amigo o familiar solo existe para ti una vez al año, solo cuando celebra su día, un día fantástico para reivindicar que es una buena persona, para concienciar y concienciarte de que la quieres, pero solo una vez al año y si te acuerdas.        


Ahora imagina que en lugar de tanto día único y espléndido, destinamos parte de nuestro dinero a la investigación, a la ciencia, a la reivindicación, a los planes y proyectos, a las ayudas… y nos dejamos de tanto postureo en la solapa y pasamos a la acción continuada, a la lucha reivindicativa, a dejarnos impregnar por esos días y hacer que las réplicas que causen sean constantes y efectivas. 



Sin duda, un ejemplo de ello es el 8M. Nada será igual a antes de un día de huelga general y de manifestaciones multitudinarias. El 8 de marzo no fue un día aislado en el tiempo, marcado en morado en el calendario, ha sido la reivindicación de los derechos conquistados, el impulso para seguir trabajando por el mantenimiento de nuestras libertades y seguir alcanzando victorias, juntas, unidas y sabiendo que queda mucho por hacer.            

En definitiva hay dos maneras de pintar nuestro paso por esta vida: actuando pensando en qué pensarán los demás o simplemente actuando pensando de forma conjunta en los demás.     


Sea como sea y lo celebren como lo celebren, que tengan un feliz día.



martes, 6 de marzo de 2018

Si nosotras paramos, se para el mundo.


Por la brujas que quemaron. Por las que tenían voz pero tardaron en poder votar. Por las oprimidas, cansadas y olvidadas. Por las que no se despertaron una mañana tras un titular de periódico que decía “Encontrada muerta”. Por las que decidieron sobre su propio cuerpo y las que no pudieron decidir. Por las niñas que tuvieron que ser princesas. Por las que esperan a un príncipe azul. Por las que se ven acosadas en las redes sociales, insultadas y cuestionadas. Por quienes han sido criticadas por no depilarse. Por quienes han escuchado eso de “mujer tenía que ser” o “mujer al volante peligro constante”. Por las que no pueden conducir. Por las juzgadas por ser madres y por las que se les cuestiona por no querer serlo. Por las que llevan solas los cuidados. Por las que ven trabas para alcanzar un puesto de trabajo y por tantas a las que se les han cerrado infinidad de puertas al buscar un puesto laboral. Por las que deciden ejercer un trabajo determinado y se les critica por ello. Por las abuelas que estiran la pensión y por aquellas que no tendrán pensión. Por las que tienen miedo a volver solas a casa. Por las que han sufrido una violación. Por las que fueron cuestionadas al sufrir una violación. Por las que les arrebataron sus hijos. Por las que no les dejan decidir por ellas. Por las que se ven cuestionadas cuando deciden por ellas. Por las que se les designan tareas que son consideradas “cosas de chicas”. Por las que se les coarta la libertad. Por las silenciadas y no escuchadas. Por las que no volverán jamás. Por las que sufren en silencio. Por las que han sido asesinadas.

Por las jóvenes, por el futuro, por las hijas, madres y tantas mujeres valientes que tiran de otras valientes, por las que unen lazos, por las que luchan juntas para animar a otras a que lo hagan, por las supervivientes, por las que son ejemplo para crear más ejemplo.

Ahora que el feminismo lo ilumina todo y lo cambiará todo... por tí, por mi, por nosotras, hermanas: el 8M, huelga feminista.

lunes, 19 de febrero de 2018

Con carácter

Hace no mucho me preguntaban si el carácter puede cambiarse, si es modificable y si este puede ser sustituido por otro que se adecue mejor a las circunstancias, a la coyuntura social y en definitiva contribuya mejor a la convivencia con el resto de las personas. Recapitulando algunos datos que creía olvidados en mi mente, pronto respondí: “no, el carácter nos viene dado, nacemos con él, lo que puede modificarse es la conducta”.


Sin entrar en profundidad en las teorías del (además de otras características, también) psicólogo Michel Foucault, recordemos una de sus afirmaciones: “Cuando un juicio no puede enunciarse en términos de bien y de mal se lo expresa en términos de normal y de anormal. Y cuando se trata de justificar esta última distinción, se hacen consideraciones sobre lo que es bueno o nocivo para el individuo. Son expresiones de un dualismo constitutivo de la conciencia occidental". Pero nos preguntamos ¿y qué es realmente lo normal, el bien o lo bueno? ¿A ojos de quién establecemos todas las características consideradas correctas?

Habitualmente muchas personas, atrincheradas en los cánones de belleza, en los sinfines despropósitos de la prensa rosa amarillenta, en los calificativos más absurdos del corazón en la razón más irracional, luchan por modificar ese carácter, esa gota de esencia, esa característica diferenciada. Se lucha sin éxito por alcanzar lo normal, el bien o lo bueno, se trabaja de forma agotadora en ser algo que no se es, en modificar el conjunto de rasgos, de las circunstancias así como de las cualidades, de cambiar de forma antinatural lo propio de cada persona, destruyendo sin apenas meditarlo aquellos que nos hace ser peculiares, distintos o diferentes al resto. Y es qué, el carácter, por mucho que lo intentemos, es algo tan propio, tan puro, tan de dentro que ¡menos mal! es inmodificable. 

viernes, 19 de enero de 2018

Miedo y otros cuentos.

Corren tiempos complicados para quienes les gusta mirar a los ojos. Son tiempos de pantallas, de dispositivos como el que seguramente tengas enfrente en este momento. En muchas ocasiones la tecnología es el centro de atención de nuestras vidas. Son tiempos en los que los móviles, tablets y demás entresijos informáticos contactan con quienes más lejos tenemos y desconectan del que tenemos al lado. Ahora más que nunca cuesta hablar de emociones. 

Habitualmente hablamos de las emociones sin pararnos a pensar en ellas. No recapacitamos sobre los estados afectivos, sobre lo que nuestro cuerpo experimenta al sentir cualquier reacción subjetiva al ambiente, al estímulo de fuera. La experiencia nos hace aprender y el miedo, podríamos decir que es aquella emoción que más nos hace protegernos, que nos ayuda a la más pura de las supervivencias.

Hoy, que se cumplen 209 años de la muerte de Edgar Allan Poe, hablemos del miedo. De esos acontecimientos vividos que nos dan más fuerzas para seguir.

Habitualmente es común escuchar de alguien cercano un “no tengas miedo”, pero lamentándolo mucho: sin miedo no seguiríamos vivos como personas, como especie. Si el miedo no fuera tan básico como emocional, nuestra vida estaría en peligro constante, simplemente: moriríamos sin miedo.

Junto a la tristeza, al asco y a la ira, posiblemente el miedo sea de esas emociones que hemos calificado habitual y erróneamente como “negativas”. Y es que al mismo tiempo es un estado universal, transversal a cualquier persona del mundo y a las diferentes culturas. El miedo puede ser desagradable, nos puede hacer sentir indefensos pero nos impulsa a buscar ese lugar de protección en el mundo, a superarnos, a resguardarnos independientemente de la edad que tengamos.

Y es que, al fin y al cabo, como decía Poe "Solo los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan solo de noche". Para escapar del miedo, no hace falta padecer alexitimia, la incapacidad de sentir, sino trabajar nuestra capacidad de poder soñar, de poder contactar con lo más interno al ritmo que desconectamos de lo digital. 



miércoles, 10 de enero de 2018

Mi tiempo. Todo. Locura.


El tiempo, que todo lo cura, pasa sigiloso entre las letras.

Hace poco en un mensaje de fechas navideñas alguien me sugirió "¡Escribe!". Aquí estoy de nuevo, con más retos pero con el simple placer de escribir, de leer y navegar entre las líneas de la infinita incertidumbre de quien no tiene otro disfrute que ordenar unas palabras que combinadas hacen, al menos, que parezcan pensamientos.    


Ha pasado tanto tiempo que me dejé de lado para convertirme en un todo, que no soy la misma que aquí tecleaba sin medida. He cambiado, no soy yo. Permanezco en ese cuerpo que envejece con distintos raciocinios, reflexiones, sensibilidades y más experiencias acumuladas. Pero soy otra mujer, más mujer, menos persona, más gente. Ahora, en esa huida hacia delante, quiero volver aquí para recuperar algunos de mis pedazos que quedaron en el camino, en el principio de ese camino. Como una inercia feroz, vuelvo para coger impulso hacia el futuro, para reajustar mi mente, mis letras y mis sentires. Dejadme volver aunque sea para regresar a donde estaba hoy. No soy la misma que hace años permanecía impulsada por otros principios. Soy la misma ideología, la simple transición del tiempo, la misma melodía con diferente letra, sin compás ni entonación. 

Dejadme seguir cantando, dejadme coger fuerzas sin el ritmo ordenado de las palabras. 

He vuelto aquí, quizá para quedarme otro tiempo.