lunes, 19 de septiembre de 2022

En el parque del Retiro

Hace un tiempo, a la sombra de los cipreses del parque, una escritora tecleaba ajena al mundo con su Olivetti recientemente heredada. El paso de las hojas y la caída de las lluvias trajo de nuevo el verano y ahora en una plaza más céntrica, cargada de turistas, se le han sumado a la originalidad dos nuevos compañeros. Visten ropas prestadas y dejan pasar el tiempo con el pulsar de las teclas de unas máquinas de escribir adquiridas en una cadena de supermercados. Las zapatillas, aunque desgastadas, no han salido de Madrid y por 10 euros te regalan un poema, te dedican sus versos libres con cuatro claves de tu historia que para ellos simplemente es una leyenda más gracias a la cual podrán hacer caja.


Aroma callejero de la industria del dinero, dinero que se busca en cada rincón de la ciudad del polvo, de las nieblas de neumático y del tirar para adelante. Ciudad que ha hecho que los poetas ya no sueñen con plumas nuevas que trazan versos desde el latir del corazón. Callejones y recovecos que han llevado a la imitación más absurda que adolescentes aplauden a golpe de historia compartida en sus redes. Jóvenes que atrapados por la pertenencia al grupo pagan, apreciando la poesía, despreciando a poetas y muertos, a cunetas y recuerdos, ignorando leyendas y sentimientos.


Se murieron las balas sin fuego que escupían las miradas cuando los pelos se erizaban antes de inventar un verso. Fallecieron todas las arterias que se aceleraban al pensar y recordar aquel Madrid, la ciudad que antes de teclear por unas cuantas monedas versionaba cualquier canción de la Movida simplemente por el precio del rubor de una sonrisa.


Ahora los poetas ya no lloran corazones rotos, ni sueñan con utopías, despistados en una nube de hollín han cambiado a la acera del consumo, enfundados en sus gorros de lana en un septiembre que huele todavía a arena de playa, conservan la esencia de aquellas luces de mañana que la melancolía nos trae a las que todavía despertamos con los acordes nostálgicos de los noventa.


La chica de ayer ya se fue, en las ventanas ya no queda nadie, la "w" de la Olivetti no se ve mientras la "ñ" sigue reluciente, en los pubs de las tachuelas y las gominas ya no hay nadie para un baile. Han cambiado los ritmos, los acordes se han descompuesto, la desestructuración ahora es arte y la melancolía que me ha invadido, parece que ahora sin teclas, ni versos ni plumas, ha venido para quedarse a dormir conmigo.


Entrada inspirada en vivencias propias
y en la siguiente noticia: 
Los poetas del Rastro de Madrid