viernes, 25 de noviembre de 2011

Quizá, un fallo positivo

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Vuelven 

Una de las tendencias más actuales y a la par más desfasada es lo retro, el giro indiscutible hacia aquel tiempo pasado, la mirada hacia lo que para algunos fue mejor y el baile con el reloj sin dejar pasar las horas.
Quizá no sea la vuelta de las hombreras, los look desenfrenados y los pantalones ajustados. Tal vez no vuelvan a venderse los vinilos más que los CDs o las descargas en iTunes, pero quizá sí que nos podamos levantar , sin perdernos en la habitación , maquillarnos ,  colarnos en una fiesta  y comenzar a aullar a la luna   y a todo lo que se nos ponga por delante.
Parece mentira que después de tanto tiempo ... pero vuelven los tres, aquel grupo legendario que para muchos cuando nacimos ya estaban aquí, que nos hicieron crecer, vibrar, bailar y movernos al mismo ritmo durante una década ya pasada. Vuelve Ana, José y Nacho pero esta vez los tres a la vez. Vuelve Mecano. Posiblemente nunca han dejado de sonar o tal vez nos cuesta tanto olvidarlos  que han vuelto hacia el presente, para evitar eso de la tendencia a quedarse calvo de tanto recordar. Desconocemos si las segundas partes tienen que convertirse por norma general en un acontecimiento desastroso, que daña y  que  deteriora aquel recuerdo de la infancia, la juventud o la máxima adultez. Pero por el momento, soñemos mientras esperamos el regreso a los escenarios. Posiblemente se trate de la gran fuerza del destino, del retorno de lo que fue y sigue siendo un icono de nuestro panorama musical y es que para muchos, aquella frase de The show must go on, en momentos como estos, nos encanta.

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martes, 22 de noviembre de 2011

Lástima que la inocencia dure tan poco


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Recuerdo cuando en el colegio elegíamos delegado, aparecía la profesora con unas papeletas medianamente bien recortadas y nos recordaba a todos las normas: no escribáis motes, no dibujéis y no pongáis tontadas, si alguno escribe algo raro, no vale­. Nos decía con un tono rotundo sin dejar de lado su característica dulzura. De repente todos nos encogíamos hacia ese minúsculo papel para trazar, con la mejor de nuestras letras, el nombre de la compañera o compañero que más deseábamos que nos representara, o en su defecto, aquel al que queríamos fastidiar cargándole de tareas representativas.
Se marcaba en ese momento un silencio superficial, donde por debajo podía oírse un sinfín de comentarios acerca de a quién se había votado o a quién estaría bien votar. Se doblaban al unísono las papeletas y el primero de la fila comenzaba a recogerlas. Mientras la profesora nos observaba orgullosa, con una sonrisa a medio hacer y una duda miedosa al mismo tiempo, como diciendo Dios mío, a quién habrán elegido estos ahora…
Ya en el recreo y una vez resuelto el breve conflicto infantil y la incertidumbre representativa, todos los cursos comentábamos lo mismo: Hemos elegido delegado. Fulanita ha salido delegada y no sé quién subdelegado. Pues yo he votado a Cintranito…
Pasa el tiempo y es curioso cómo nos vamos trasformando, y lo que era un juego de niños, se convierte poco a poco en el enfrentamiento de la palabra y el respeto, el recuerdo de una nostalgia casi olvidada y el olvido permanente de esa inocencia que en nuestra niñez se convertía en la ilusión de lo que ahora suena tan serio como es ejercer el derecho a voto.
Ya de adultos, después de hablar, han llegado las conclusiones. Después de opinar, unos con más peso, otros de puntillas, se ha dado la solución, se ha encontrado un cambio, se ha otorgado la oportunidad de demostrar que España puede ir a más y a más y a más.
No cerremos puertas a aquellos que las cerraron en su día al resto, qué como aquel legendario de la palabra, el poema y el camino, mandaban diariamente a la mierda a todos los que no opinaban igual pero no como aquel sabio aragonés que lo hacía al que no sabía escuchar.
No dejemos de respetar las opiniones de esa mayoría tan rotunda cuando aún no han abierto la boca, las  carteras ministeriales ni el dedo de acusación ha sido desplegado con elocuencia y rotundidad.
Comienza un cambio, dicen muchos, seguimos igual para otros, pero en definitiva, los que manejan el país no han de ser los alrededor de 400 diputados que conforman el congreso, sino los más de 46 millones de españoles.
Ojala esa inocencia infantil, esa alegría de elegir y ese correveidile de la notica de la elección, permaneciera entre mezclada con la lógica y la razón de la adultez, quizá seríamos más felices, con mayor respeto y porqué no, formaríamos una sociedad con más esperanza, unión y futuro.

martes, 1 de noviembre de 2011

Pasen y vean, políticos y sociedad.


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Trasteaba ansioso entre las noticias del periódico, lo hacía al mismo tiempo con calma, con la prudencia del que tiene miedo de sufrir alguna desgracia en una casa de terror e intenta dar pasitos cortos impidiendo caer en alguna trampa maléfica.
Frunció el ceño al llegar a la sección de Espectáculos, ¡Caray! Hay que ver como andan estos políticos, ya no saben que hacer…dijo únicamente para que le escuchase el cuello de una vieja camisa que esa mañana le vestía.
Continúo leyendo en voz baja la noticia. La misma comentaba aquellos preparativos  para ver el enfrentamiento entre dos rudos del boxeo político, entre los nombrados como líderes del pueblo y al fin y al cabo los más amados, los más odiados.
Cual obra teatral donde los protagonistas preparan su físico, sus vestimentas, partiendo, finalmente, de un mismo guión. Poco a poco se iba afianzando la puesta en escena, tejiendo el posible engaño de palabras y lo más elocuente de la aparente modestia.
Solo quedaba dejarse llevar por sus palabras, envolverse en su debate y romper a llorar, romper a reír por aquel guión tan bien preparado el cual tras ensayos y ensayos pronto verá la luz, eso sí, en sus mejores pantallas o en su televisión anticuada, no importa la clase social, lo importante al fin y al cabo, por mucho que nos duela, es el intento de titiriteros de aquellos a los que nos aferramos a llamar políticos.
Pasen y vean, pronto dará comienzo la pelea de palabras, el desfile de saberes y la muestra de los ojos cerrados ante una realidad presente en los cuatro puntos cardinales de un país dirigido por aquellos más fieles a la escena teatral.