jueves, 4 de octubre de 2018

Inflexión en la Gran Vía

He visto atascos en la Gran Vía que han levantado más ampollas que un largo camino empedrado, días de lluvia en los que el cabreo colectivo enervaba más que cualquier suspenso injusto.

He visto partidos de fútbol, victorias en un sitio y derrotas en otro, que traían más debate que cualquier noche de sábado en la parrilla televisiva.

He visto colapsos mentales por móviles inhabilitados, llantos de bebés prolongados por la falta algún capricho sin gran importancia o incluso gente que espera en la caja del super más cabreada que cuando se pierde la cartera.

Todo lo que vemos tiene el filtro de la experiencia, de lo vivido y que se aloja, en la mayoría de los casos, en el recuerdo de nuestro cuerpo y memoria. Todo depende de los zapatos y no de los pies, de la jaula y no de las alas, del cristalino pero también del cristal, depende de nuestra vida individual que habita en lo colectivo.


¿Todo? Todo excepto que a nosotras nos siguen matando, que siguen quitándonos la vida, exprimiendo nuestra paciencia para hacer zumos de marketing sin iniciativas potentes y reales que frenen la masacre machista. Todo excepto que nos violan, nos juzgan y cuestionan nuestras vidas. Todo excepto que nos agreden, nos parten los huesos y el alma. Todo excepto que en 2017 se registraron 99 feminicidios y este 2018 no nos da cifras mucho más alentadoras. Todo excepto que nos humillan y nos asesinan y aquí las caravanas de coches persisten, los pies siguen caminando, los partidos de fútbol se siguen publicitando, los dimes y diretes de los magazines siguen perpetrándose o las pantallas se siguen desbloqueando de forma inconsciente.

A nosotras nos siguen matando, asesinando, violando, vejando e insultando y el mundo sigue girando sin inmutarse lo más mínimo. Las palmadas en la espalda momentáneas no sirven de nada hasta que la cifra no este a cero.

En el 8M sin duda comprendimos gracias al grito sonoro que el feminismo era el único camino para lograr un cambio real. Logramos hacer entender que si nosotras paramos, realmente se paraba el mundo. Pero hace falta algo más allá, una reflexión profunda y colectiva, un cambio que ya estamos viviendo pero donde queda mucho por avanzar. Frida Kahlo decía que "Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior" y a nosotras ahora ya no nos para ni devora nada cuando lo hacemos en conjunto.


Hasta que no exista la inflexión política, social y racional, nosotras seguiremos gritando con rabia para que dentro de unos años haya más supervivientes a la lacra machista que pequeñas reseñas de periódico diciendo que nos matan, para que dentro de unos cuantos años más no tengamos que hablar de feminismo sino que vivamos plenamente en él.