jueves, 23 de agosto de 2018

¡Qué tristeza de peros!


Todo aquello que deriva del "pero" se elimina de forma directa: "yo no soy (racista/fascista/machista/añádasecualquierodio) PERO..." y tras esto, la expresión rotunda se impone dejando de lado a cualquier derecho o libertad ajena.


Tenemos mayor acceso al conocimiento, la sobre-información se impone, el poder viajar es más fácil que nunca y con ello parece que vendría la apertura de mente, pero ciertamente, a día de hoy nos volvemos más individualistas, más prepotentes y quizá la soberbia habita en la vida cotidiana. Sigue existiendo a día de hoy la incapacidad de ponerse en los zapatos del otro para poder caminar por el mundo de forma más plural.



La sobrevaloración de las propias capacidades o el eliminar las habilidades del resto, hace que tantas veces el propio hombro sea el horizonte más bajo que se puede mirar. La sociedad de la competitividad hace que quien precisa eliminar al resto para imponer su ego construya su propio futuro repleto de las cicatrices de las malas relaciones sociales.



Me preocupa el fanatismo por causas que atentan contra la vida del otro, pero de la misma manera me aterra el amor propio en exceso, la medicina del propio ombligo que ciega las conductas de quienes se creen capaces de imponer su única y anticuada visión. Diferenciando por supuesto la palabra "anticuada" de "antigua", es ahora cuando recuerdo tantas historias de mis abuelos que me hacen ver que cuando vivíamos menos conectadas en las redes lo hacíamos más en la vida personal y el tender la mano al otro, el arropar en su llegada, el no dejar que el Mediterraneo sea una tumba infernal, quizá entonces fuera algo que de haberse dado en el anterior siglo hubiera sido más normalizado, menos odiado, cuestionado y controvertido.


¿Qué futuro queremos construir? Aquí o trazamos un cordón umbilical conjunto, que no niego que existan sus intentos y las cosas buenas de la vida, o nos moriremos de titulitis en lo alto de una pirámide, donde después de llegar con esfuerzo individualista, no habrá nadie que nos espere para darnos un abrazo. Será entonces cuando la única bandera que podamos alzar tenga los colores de la pena más absoluta. ¡Qué triste!