Hace no mucho me
preguntaban si el carácter puede cambiarse, si es modificable y si este puede
ser sustituido por otro que se adecue mejor a las circunstancias, a la
coyuntura social y en definitiva contribuya mejor a la convivencia con el resto
de las personas. Recapitulando algunos datos que creía olvidados en mi mente,
pronto respondí: “no, el carácter nos viene dado, nacemos con él, lo que puede
modificarse es la conducta”.
Sin
entrar en profundidad en las teorías del (además de otras características, también) psicólogo Michel
Foucault, recordemos una de sus afirmaciones:
“Cuando un juicio no puede enunciarse en términos de bien y de mal se lo
expresa en términos de normal y de anormal. Y cuando se trata de justificar
esta última distinción, se hacen consideraciones sobre lo que es bueno o nocivo
para el individuo. Son expresiones de un dualismo constitutivo de la conciencia
occidental". Pero nos preguntamos ¿y qué es realmente lo normal, el
bien o lo bueno? ¿A ojos de quién establecemos todas las características
consideradas correctas?
Habitualmente muchas personas, atrincheradas en los cánones de belleza, en los sinfines despropósitos de la prensa rosa amarillenta, en los calificativos más absurdos del corazón en la razón más irracional, luchan por modificar ese carácter, esa gota de esencia, esa característica diferenciada. Se lucha sin éxito por alcanzar lo normal, el bien o lo bueno, se trabaja de forma agotadora en ser algo que no se es, en modificar el conjunto de rasgos, de las circunstancias así como de las cualidades, de cambiar de forma antinatural lo propio de cada persona, destruyendo sin apenas meditarlo aquellos que nos hace ser peculiares, distintos o diferentes al resto. Y es qué, el carácter, por mucho que lo intentemos, es algo tan propio, tan puro, tan de dentro que ¡menos mal! es inmodificable.
Habitualmente muchas personas, atrincheradas en los cánones de belleza, en los sinfines despropósitos de la prensa rosa amarillenta, en los calificativos más absurdos del corazón en la razón más irracional, luchan por modificar ese carácter, esa gota de esencia, esa característica diferenciada. Se lucha sin éxito por alcanzar lo normal, el bien o lo bueno, se trabaja de forma agotadora en ser algo que no se es, en modificar el conjunto de rasgos, de las circunstancias así como de las cualidades, de cambiar de forma antinatural lo propio de cada persona, destruyendo sin apenas meditarlo aquellos que nos hace ser peculiares, distintos o diferentes al resto. Y es qué, el carácter, por mucho que lo intentemos, es algo tan propio, tan puro, tan de dentro que ¡menos mal! es inmodificable.
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