viernes, 19 de enero de 2018

Miedo y otros cuentos.

Corren tiempos complicados para quienes les gusta mirar a los ojos. Son tiempos de pantallas, de dispositivos como el que seguramente tengas enfrente en este momento. En muchas ocasiones la tecnología es el centro de atención de nuestras vidas. Son tiempos en los que los móviles, tablets y demás entresijos informáticos contactan con quienes más lejos tenemos y desconectan del que tenemos al lado. Ahora más que nunca cuesta hablar de emociones. 

Habitualmente hablamos de las emociones sin pararnos a pensar en ellas. No recapacitamos sobre los estados afectivos, sobre lo que nuestro cuerpo experimenta al sentir cualquier reacción subjetiva al ambiente, al estímulo de fuera. La experiencia nos hace aprender y el miedo, podríamos decir que es aquella emoción que más nos hace protegernos, que nos ayuda a la más pura de las supervivencias.

Hoy, que se cumplen 209 años de la muerte de Edgar Allan Poe, hablemos del miedo. De esos acontecimientos vividos que nos dan más fuerzas para seguir.

Habitualmente es común escuchar de alguien cercano un “no tengas miedo”, pero lamentándolo mucho: sin miedo no seguiríamos vivos como personas, como especie. Si el miedo no fuera tan básico como emocional, nuestra vida estaría en peligro constante, simplemente: moriríamos sin miedo.

Junto a la tristeza, al asco y a la ira, posiblemente el miedo sea de esas emociones que hemos calificado habitual y erróneamente como “negativas”. Y es que al mismo tiempo es un estado universal, transversal a cualquier persona del mundo y a las diferentes culturas. El miedo puede ser desagradable, nos puede hacer sentir indefensos pero nos impulsa a buscar ese lugar de protección en el mundo, a superarnos, a resguardarnos independientemente de la edad que tengamos.

Y es que, al fin y al cabo, como decía Poe "Solo los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan solo de noche". Para escapar del miedo, no hace falta padecer alexitimia, la incapacidad de sentir, sino trabajar nuestra capacidad de poder soñar, de poder contactar con lo más interno al ritmo que desconectamos de lo digital. 



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