miércoles, 14 de febrero de 2024

Gaza, la tristeza después de todo

Algún día, ojalá pronto, cesarán los bombardeos, se volverán pasado las noches y días de genocidio, se esconderán en sus madrigueras quienes de forma salvaje robaron, rompieron y aniquilaron vidas de la población palestina, también quienes apoyaron tal masacre y quienes permanecieron impasible ante ella. Se habrá acabado por fin esta inhumana guerra, como todas las guerras, pero quedará la sombra alargada que teñirá todo de oscuridad.

¿Y después de todo esto qué? Quedará tierra vacía, tierra quemada, tierra muerta. Se romperán todos los latidos y de forma desgarrada las sirenas dejarán paso a los llantos, a los nunca olvidados, a la memoria tormentosa de quienes sobrevivieron vertiendo lágrimas sin fin por quienes se fueron. Quedarán niñas y niños huérfanos, las viudas y las madres, que sin hijos, no tienen nombre para tal atrocidad de tanto que duele. 


Dolor, simiente sin germinar, ya no hay tripas donde solo quedan puños, ya no existe nada más allá que tiniebla. El respirar se habrá convertido en una fatiga cronificada por volver a desempolvar la pobreza, la miseria que el poderoso trajo con su fusil y su metralla. Metralla que seguramente siga sonando clavada en el tímpano y no enmudecerá cuando los párpados, cansados, digan un mañana será otro día. Quedará la mente atrapada en los recovecos del dolor más enquistado, en un horizonte colapsado de hogueras que cegarán el futuro. 


Casi 29.000 asesinatos por parte de Israel desde que comenzó la masacre, desplazados, malvivientes y tantos más habitantes en la nada. Una Palestina que convive desde hace meses con el trauma, el estrés y la falta de sociabilización, el temor a no vivir mañana, la falta de quienes no están y de aquellos que no se encuentran. El látigo incesante de una guerra, el vértigo instalado en la rutina más dura. Algún día, ojalá aprendamos a combatir la guerra, a esas malditas guerras, que como decía aquel, todas malditas como los canallas que las hacen. Algún día, cuando todo esto pase, ojalá no olvidar. Ojalá que se recoja el polvo, que se callen los tormentos, que se curen las heridas y se sane todo aquello que escuece, ojalá que las balas disparadas sean solo una pesadilla y las tristes guerras replieguen cuando se vayan todo el dolor. 


Pero ante el no hay mal que cien años dure, hay un daño irreparable, un martillo en el tormento que cual pájaro carpintero quedará en las pupilas. La mirada no será la misma, el llanto de tantas infancias destrozadas creará ríos en una depresión, la más fea de todas, de una ansiedad desmedida por todo aquello que pudo haber sido y el poder despojó. Harapos vestirán las calles, Gaza será el polvo convertido en niebla de tantos caminos comenzados que nunca alcanzarán la meta. Y de nuevo llantos, llantos ensordecedores que para algunos cesarán cuando calle la televisión y todas las radios enmudezcan. Llantos cuando nadie llore a Gaza, cuando el olvido desde otros lugares llegue, cuando allí ya solo quede algo tan triste como el dolor de una guerra, como el no recordar a su gente.  


El duelo desde dentro, la tristeza que se arrastrará, el todo convertido en nada, la soga que asfixiante sigue recordando a un rojo casi negro que baña todo de muerte. Desolación en sus calles, tristeza en el ambiente. En Palestina hoy siguen matando a su gente. Lugar repleto de cuerpos sin vida donde la diferencia es que algunos todavía respiran.



Niñas juegan entre los escombros de Gaza | Foto: Mahmoud Abu Hamda (Times Of Gaza)

Niñas juegan entre los escombros de Gaza | Foto: Mahmoud Abu Hamda (Times Of Gaza)

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