Acostumbrado a caminar entre cuentos, sintió que cualquier
suspiro era merecedor de ser redactado, escrito, esbozado entre líneas, pero
sobretodo de ser vivido. De pequeño siempre le habían contado cualquier
historia empezando con aquello de Érase
una vez… y finalmente, la costumbre, le hacía pensar que todo se trataba de una farsa
para entretener al espectador.
Paso su adolescencia entre discos, libros, películas,
amigos y alguna que otra gamberrada y al llegar a viejo, se dio cuenta que era
el protagonista de algo creado desde la fantasía, la ilusión y en cierto modo
la mentira.
Cuando los medios de comunicación le inundaban, creía que sus
cuentos se prolongaban demasiado. Encender la radio, le suponía escuchar las
mentiras de unos periodistas que obligados por las leyes, únicamente decían lo
que otros superiores pensaban. Relajarse en el sofá, le llevaba, sin querer, a
zambullirse en el telediario de las 3, percibiendo que, simplemente, un teleñeco
lector decía a viva voz lo que los de más arriba dictaban que leyese.
Cuando la vejez dejó paso a esa etapa de la vida en la que
lo importante era vivir y no preocuparse en absoluto por el qué dirán, decidió
terminar el cuento, desmantelar a los ladrones, ahuyentar a los timadores,
desbancar a los ricos y robar las promesas a los mentirosos y fanfarrones.
Ocupaba sus días en perseguir a todos aquellos que hacían soñar con mejores
vidas a los que pensaban que la estaban perdiendo. Aturullaba con preguntas a egoístas
de corazón, a mentirosos compulsivos y a los asesinos de sueños. Pisoteaba a
aquellos que escondían la verdad y finalmente, dejaba sin aire a todos aquellos
que con sus palabras dejaban sin aliento a los más débiles.
Hoy en día, sigue
persiguiendo a los derechos para atarlos a la realidad, desmitificando los
espíritus del negro pasado y atrayendo a las esperanzas del mañana.
Se llamaba
Sociedad…pero eso, ya es otro cuento.
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