miércoles, 7 de septiembre de 2011

Realidad y marketing


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La chapa, ese circulito utilizado cientos de veces para expresar lo que queda en las entrañas. Ese trozo de metal colocado, aparentemente, sin estrategia alguna sobre cualquier prenda, vestimenta o complemento. Ese material tan mítico de épocas pasadas acostumbrado a posar en cualquier manta para ser comprado. Ese simple mecanismo capaz de sorprender a la sociedad y despertar a los dormidos.
Haciendo uso a su función, pintando de negro y blanco las calles, llamando a la puerta de la crítica, voilà aquí se haya el recuerdo perfecto, el reflejo de los elementos que también constituyen la ciudad, la imagen de los recovecos y de las estampas en plena Rúa.
Barcelona, ciudad cultural, innovadora, cosmopolita… sí, sí, sí… todo lo que quieran pintarnos, pero agarre bien el bolso, cuidado con esta zona cuando ya es de noche, más vale no protestar, son también palabras repetidas por turistas, viandantes o cualquier guía turística.
¿Hasta qué  punto compensa esconder los suburbios españoles? ¿Es rentable seguir vendiendo la imagen de país ordenado cuando somos pleno caos, o compensa más subrayar todo tipo de individuo típico que decora la ciudad? Realmente no sé si los ciudadanos somos los culpables o como ya es costumbre, debemos seguir echando la culpa a los políticos de algo creado por toda la sociedad. Quizá únicamente se trata de una fotografía a lo que siempre como otros tantos monumentos, iconos y demás elementos que conforman la ciudad.
Hagamos de lo corrupto la venta, denunciemos para obtener beneficios, sigamos llamando a la puerta del cambio moviéndonos con él en una ola constante, agarrémonos a lo que tenemos y aferrémonos a cualquier protesta con el fin de evitar que más logotipos hagan que nuestro país siga etiquetándose. Sea como fuere, el fin esta conseguido, la polémica está servida, el debate en plena actualidad y las chapas a la venta (o ya agotadas).

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