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No creo
en los héroes de traje y corbata.
No creo en aquellos que reciben un salario por hacer lo que les dicen, ni si quiera creo en los caminantes que ya tienen el camino marcado.
No creo en aquellos que reciben un salario por hacer lo que les dicen, ni si quiera creo en los caminantes que ya tienen el camino marcado.
No creo
en el hombre del tiempo ni tampoco en el presentador que lee la manipulación y
la censura.
Dejé de
creer hace días en el cantante que enmudecía sus emociones en el escenario y en
el músico que no sentía el compás de la vida.
Ya no
creo en los principios de Erase una vez y mucho menos en los finales
donde se come perdices.
Creo
que nunca he creído en los políticos comprometidos con las promesas que no
harán, que discuten sin sentido y se dejan sobornar.
No creo
en los vendedores de sueños desde cartas y brujería o en los compradores de
arte sin sentimiento.
No me
calan las palabras de oradores farsantes, de anunciadores de cambios sin
conocer los pormenores, ni mucho menos los mensajes que anuncian aquellos sin
llegar a los actos.
Creo en
el héroe por impulsos, por acciones, por compromiso y por causa y efecto.
Creo en
el tolerante con recursos, con principios y valores.
Comencé
a creer, no hace mucho, en la ilusión infantil desde la adultez, en los
soñadores utópicos y en los caminantes que caminan cogidos de la mano del
resto. En aquellos que tropiezan en la misma piedra para seguir aprendiendo una
y otra, y otra y otra vez. Por supuesto, que también creo en los que se
levantan y no miran hacia atrás ni para coger impulso.
Creo en
los hombres que dominan su tiempo, que lo llenan y rellenan de proyectos
realizados, de abrazos compartidos y caricias escondidas en cualquier mirada,
en cualquier sonrisa y en definitiva: en cualquier gesto. Creo en el creyente,
en el que tiene fe y mueve mil montañas por encima de todo.
Creo en
el deportista de los domingos por la mañana y sigo creyendo en el cantante de
metro, en el músico de local con goteras y en aquel que canta, actúa o
interpreta por el módico precio del aplauso.
Creo y
me recreo cuando oigo poesía desde dentro, desde el latir de un corazón.
Continúo
creyendo en el poder de lo natural y en el rechazo de lo artificial. Creo en la
belleza de los copos de la nieve y en los detalles microscópicos que esconden
los grandes resultados.
Creo en
el enmudecimiento que produce una buena conferencia, investigación y trabajo
bien hecho.
Me
llegan las palabras desordenadas que ordenan los pensamientos, que hacen surgir
las lágrimas del que escucha y que hacen que el compás del qué dirán se
aminore progresivamente.
Aun
creo en la bondad de las personas, el poder de la familia unida y el de una
buena amistad. Creo en el que da sin recibir y el que recibe con los brazos
abierto.
Tengo
la ilusión de seguir creyendo en aquellas personas que miran hacia delante, que
se dejan llevar por los segundos y de nuevo, siguen viviendo.