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noticia: Dedocracia
Nos sorprende lo
nuevo, lo exportado, lo de fuera, lo de otros países, es más: nos quedamos alelados
con aquello que viene de otros continentes.
Nos comportamos como un rebaño de ovejas que no se asusta por la existencia de una oveja negra sino que, de modo contrario, la aprecian mientras la miran desde abajo, la sobrevaloran por el hecho de venir de fuera, del exterior, no la perciben como igual, la ven diferente y la veneran simplemente por llevar una denominación de origen distinta.
Dejamos pasar héroes, terminamos con los jóvenes emprendedores de nuestro alrededor, aniquilamos a base de portazos, de cerrar puertas a la innovación de aquí para abrir todos los recovecos a lo que viene de fuera, suicidamos a los investigadores y los mandamos por las ventanas más estrechas a otros países para que después, puedan venir desde otra procedencia, para abrirles las puertas de par en par.
No es de extrañar que allá por donde vayamos existan personas que hablan nuestro mismo idioma y cuenten que un día tuvieron que viajar para ser valorados en otro lejano lugar. Un lugar del que, volviendo como exportados, conseguirán la valoración merecida. No es de extrañar que el pequeño comercio cierre, que las grandes superficies con marcas americanas, inglesas o chinas, recojan más aplausos, no es de extrañar que poco a poco, nuestro país se llene de “exportaciones-vitoreadas” al ritmo que despide a “futuros-posibles-que-nunca-serán”.
Nos comportamos como un rebaño de ovejas que no se asusta por la existencia de una oveja negra sino que, de modo contrario, la aprecian mientras la miran desde abajo, la sobrevaloran por el hecho de venir de fuera, del exterior, no la perciben como igual, la ven diferente y la veneran simplemente por llevar una denominación de origen distinta.
Dejamos pasar héroes, terminamos con los jóvenes emprendedores de nuestro alrededor, aniquilamos a base de portazos, de cerrar puertas a la innovación de aquí para abrir todos los recovecos a lo que viene de fuera, suicidamos a los investigadores y los mandamos por las ventanas más estrechas a otros países para que después, puedan venir desde otra procedencia, para abrirles las puertas de par en par.
No es de extrañar que allá por donde vayamos existan personas que hablan nuestro mismo idioma y cuenten que un día tuvieron que viajar para ser valorados en otro lejano lugar. Un lugar del que, volviendo como exportados, conseguirán la valoración merecida. No es de extrañar que el pequeño comercio cierre, que las grandes superficies con marcas americanas, inglesas o chinas, recojan más aplausos, no es de extrañar que poco a poco, nuestro país se llene de “exportaciones-vitoreadas” al ritmo que despide a “futuros-posibles-que-nunca-serán”.
Que
utópicas suenan hoy en día aquellas palabras del famoso Einstein: Yo
nunca pienso en el futuro, viene bastante rápido. Enlentecemos nuestro presente
para construir un futuro desconcertante, dudoso y al parecer, de manera
inevitable, lejos de aquí.
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