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Va llegando el frío entre sus
hojas caídas, se apresuran las primeras lluvias otoñales que nos alejan con sigilo
del amado verano.
Se van llenando de jerséis y
botas los armarios, escondiendo nuevamente aquellas camisetas que enseñaban más
que en estas fechas.
Se calla el sol y se anima el
viento, las voces invernales se escuchan de nuevo y los relojes se vuelven más
perezosos, dejando que sus manecillas se atrasen como un tren en la nieve o
igual que una tortuga en un camino helado.
Es hora de que las oscuras golondrinas
vuelvan a sus nidos, las palomas se dejen de equivocar o las gaviotas sepan de
una vez por todas, dónde van.
Posiblemente Neruda escribiera
sus versos más tristes en las noches frías del invierno, en una noche lluviosa,
entre una taza de leche caliente y una de esas mantas que poco dejan pensar en
frío, es probable que entre papeles y el tintero de la pluma gastado, se dejará llevar
por los recuerdos de algún invierno ya pasado.
Vuelven las noches a media tarde, los días cortos y las
madrugadas prolongadas. Vuelven las manos rojas y los mofletes congelados,
vuelve sin duda el invierno pero lo mejor de todo es que ahora, las sonrisas
pueden quedar congelas, paralizadas en el tiempo y de algún modo, podremos
disfrutarlas más. Podremos dejarnos llevar por los copos que nos paran en el
suelo, pero al menos, al paralizarnos podremos contemplar el lado hermoso del
frío, la cara oculta de la luna o los pequeños pero grandes momentos que nos
regala la vida si somos capaces de frenar, pensar, disfrutar y cómo no, vivir,
que de vez en cuando, lo de vivir con el reloj congelado, no está de más.
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