jueves, 2 de agosto de 2012

Calabazas y después gloria

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Tardó en llegar como tardan las fiestas importantes, como la vuelta de los hijos que fueron al frente a luchar. Tardó tanto que parecía que no llegaría nunca.

Tardó casi como una barra de pan en época de hambre pero las esperanzas en su llegada no se fueron.

Tardó como tarda un adolescente en declarar su amor, como un perro en abandonar a su dueño o un bebé en dejar el chupete.

Se hizo esperar como a un autobús cuando no eres fumador, como a un taxi libre de vuelta a casa en una noche de fiesta o las obras de la Sagrada Familia.

Tardó como tarda en llegar el verano y se celebró como un niño en su último día de colegio.

Tardó tanto, que parecía que no era real. Parecía que ya éramos nefastos en todo. Pensábamos que lo bueno no se haría esperar, que sería saltar al campo y volver vitoreando y luciendo oros, platas y bronces, pero la verdad fue otra muy diferente. Hacia tiempo que no nos sentíamos como un alumno que es destinado sin apenas explicación a septiembre, que no nos veíamos como un novio que es plantado en el altar o como un gato sin un ovillo de lana. Pero lo cierto, lo real, es que cuando confiamos demasiado en el destino, este de manera muy justa se ríe de nosotros, simplemente por fanfarrones, por presumidos o por dejar escapar esa humildad que hace poco nos caracterizaba. Tal vez la suerte nos miro de reojo igual que lo hizo el destino y lo más probable es que mientras nos creíamos liebre, unas cuantas tortugas nos pasaron por delante.
La plata supo a oro y la victoria, a una meta recién alcanzada por una joven persona que sin embargo sentiamos que nos representaba a todos. Habíamos creído que en la tierra éramos dioses pero lo cierto es que las victorias pasadas por agua, ahora parece que se nos dan mejor.

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