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Capitulo I: De como aquel hidalgo ayudaba al pueblo |
En un país no muy lejano, de cuyo nombre ahora no puedo acordarme porque los recortes también influyeron en geografía, vivían políticos de los de corrupción, brindis en alta mar y acuerdos bajo sumario. Una olla de algo más caviar que carnero, vino de D.O. las más noches, duelos y recortes de miércoles a viernes, algo de resaca y des-moral los domingos, consumía las tres partes de sus haciendas. El resto de los días paseaban por países cercanos, con amigos en las fiestas y demás festejos taurinos y futbolísticos y los días de entre semana se dedicaban al poco respetable oficio de la costura en los puntos importantes de la nación, véanse educación, salud y demás necesidades humanas. Tenían todos unas casas que pasaba de los cuarenta millones de euros, las familias colocadas (laboralmente) así como trabajadores de campo y plaza, que de pronto los llevaban a festejos o les limpiaban la casa. El más hidalgo de todos, rozaría los cincuenta años, era de comprensión recia, un poco entrado en carnes, embarbado en el rostro, con gafas, poco madrugador y amigo de la caza, los toros, el recorte y el ¡pam, pam! para hoy y hambre con IVA para mañana. Importa poco como le llamasen, lo importante son las verdades que han podido decirse, tal vez dependiendo del lector, se quede corto o tal vez larga la expresión sobre el político, pero el andaba tranquilo, era un hombre sosegado que caminaba por los campos de ese valle que un día dejaron muerto.