martes, 22 de noviembre de 2011

Lástima que la inocencia dure tan poco


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Recuerdo cuando en el colegio elegíamos delegado, aparecía la profesora con unas papeletas medianamente bien recortadas y nos recordaba a todos las normas: no escribáis motes, no dibujéis y no pongáis tontadas, si alguno escribe algo raro, no vale­. Nos decía con un tono rotundo sin dejar de lado su característica dulzura. De repente todos nos encogíamos hacia ese minúsculo papel para trazar, con la mejor de nuestras letras, el nombre de la compañera o compañero que más deseábamos que nos representara, o en su defecto, aquel al que queríamos fastidiar cargándole de tareas representativas.
Se marcaba en ese momento un silencio superficial, donde por debajo podía oírse un sinfín de comentarios acerca de a quién se había votado o a quién estaría bien votar. Se doblaban al unísono las papeletas y el primero de la fila comenzaba a recogerlas. Mientras la profesora nos observaba orgullosa, con una sonrisa a medio hacer y una duda miedosa al mismo tiempo, como diciendo Dios mío, a quién habrán elegido estos ahora…
Ya en el recreo y una vez resuelto el breve conflicto infantil y la incertidumbre representativa, todos los cursos comentábamos lo mismo: Hemos elegido delegado. Fulanita ha salido delegada y no sé quién subdelegado. Pues yo he votado a Cintranito…
Pasa el tiempo y es curioso cómo nos vamos trasformando, y lo que era un juego de niños, se convierte poco a poco en el enfrentamiento de la palabra y el respeto, el recuerdo de una nostalgia casi olvidada y el olvido permanente de esa inocencia que en nuestra niñez se convertía en la ilusión de lo que ahora suena tan serio como es ejercer el derecho a voto.
Ya de adultos, después de hablar, han llegado las conclusiones. Después de opinar, unos con más peso, otros de puntillas, se ha dado la solución, se ha encontrado un cambio, se ha otorgado la oportunidad de demostrar que España puede ir a más y a más y a más.
No cerremos puertas a aquellos que las cerraron en su día al resto, qué como aquel legendario de la palabra, el poema y el camino, mandaban diariamente a la mierda a todos los que no opinaban igual pero no como aquel sabio aragonés que lo hacía al que no sabía escuchar.
No dejemos de respetar las opiniones de esa mayoría tan rotunda cuando aún no han abierto la boca, las  carteras ministeriales ni el dedo de acusación ha sido desplegado con elocuencia y rotundidad.
Comienza un cambio, dicen muchos, seguimos igual para otros, pero en definitiva, los que manejan el país no han de ser los alrededor de 400 diputados que conforman el congreso, sino los más de 46 millones de españoles.
Ojala esa inocencia infantil, esa alegría de elegir y ese correveidile de la notica de la elección, permaneciera entre mezclada con la lógica y la razón de la adultez, quizá seríamos más felices, con mayor respeto y porqué no, formaríamos una sociedad con más esperanza, unión y futuro.

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