Nos rompieron las gargantas robándonos la saliva, quisieron callarnos, queríamos usarla para besos
que se convirtieran en versos y nos hicieron apurar los lagrimales.
La vida no tiene la misma lectura si nos quitan el miedo a la muerte y las penas y
alegrías se transforman en un mismo sentido, en el mismo sinsentido.
No nos quedaron ni garras, nos dejaron con el temor de a quienes les han arrebatado todo pero volvimos a ser fuego, la llama de quien desde la rabia más calmada iluminaba todo.
Quebraron los huesos que nos ataban al cuerpo, quisieron matarnos y fue entonces cuando nos
hicimos libres, brotaron de las espaldas dos grandes alas y los pies dejaron
de andar por las aguas.
Dejamos de creer en la crítica infernal que no lleva a ninguna parte, que aturullaba la mente de quienes no podían mirar bajo su ombligo y pudimos volver a afinar nuestras cuerdas vocales.
El bosque comenzó a brotar, las manos se desencadenaron y aquellos quebrantos fueron
raíces que no tardaron en volver a florecer en el alma.
Floreceremos, aunque sean otras quienes lo hagan sobre nuestros restos
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