viernes, 8 de abril de 2011

Querido señor futuro:

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De pequeño soñaba con ser de mayor astronauta, torero, futbolista, bombero, arquitecto, banquero, pintor, vendedor de tuercas y tornillos o jugador de baloncesto.
Cuando fui creciendo, pensé que la mejor manera de seguir soñando era ser piloto de fórmula 1, presentador de las noticias en la radio o el señor del tiempo en la televisión, aunque nunca descartaba ser maquillador de modelos, diseñador gráfico o cantante.
Pasada la más típica adolescencia, cuando la madurez ya afloraba por mis venas, la vida me fue enseñando que el dinero si que puede dar la felicidad, además de darte de comer, darte ropa y una vida a la que muchos denominan como digna. Fui creciendo y me di cuenta que muchos de los valores iban perdiéndose por el camino y eso de empatía, compañerismo e igualdad, era mejor dejarlos en la cuneta. Por estas razones y algunas otras que es mejor no desvelar, decidí ser político, decidí pensar por mí para hacer pensar a muchos que pensaba por el pueblo. Pensé en llenar mis bolsillos, en llenar mi casa y mis propios intereses. Fui creciendo y al mismo tiempo vi crecer mis cuentas corrientes, pero también olvidé algo por el camino: ser previsor… ¡ay!  y ahora me doy cuenta, señor pasado, que he dejado por detrás un futuro de trabajadores en paro, estudiantes desilusionados y miles de personas luchando por el futuro mejor que yo no supe construir.
Ahora, cuando ya no soy tan niño y las arrugas se forman en mi ceño fruncido, me doy cuenta que  el dinero no da la felicidad, que la ropa, la comida y la dignidad no tienen el símbolo del euro, ahora me doy cuenta que mi vida ha sido la construcción de un destructor de sueños y en poco tiempo muchos niños como aquel de hace cincuenta años, solo pedirán que de mayores quieren trabajar.

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