Bajo a la calle. Sol. Verano. Los pequeños comercios recientemente han subido sus persianas. Carros de la compra con prisa que conviven con los que se usan a modo de taca-taca, que se llenarán de verduras en la frutería de la esquina y sumarán carne y pescado en una de las calles principales. Al hombro, alguien lleva un traje, planchado, huele a limpio, a limpísimo, recién salido de la tintorería que hay cerca de la librería. El olor del almidón se entremezcla con el pan recién hecho de un horno cercano. Cuchicheo de vajilla de los cafés que abren las mañanas. Mi vecina recoloca las plantas buscando algo de sombra que les amortigue el calor. Los coles ya se han acabado, la hoguera del inicio de las vacaciones ya queda bastante en el recuerdo y el parque se llena de niños y niñas que cruzan a las piscinas más cercanas. Alguna bici pasa tranquila. Hay más huecos de aparcamiento de lo habitual y las segundas filas han desaparecido, el tráfico se sitúa unas avenidas más atrás, en otro barrio donde los pisos superan en diez a las alturas del mío. El ladrillo, en esa parte, se mezcló a granel con el hormigón, y apenas se encuentran zonas verdes al pasar la carretera.
Entre toda esta estampa hay un quiosco de venta de cupones. Aquí no hay locales de apuestas, sucursales de lotería, y el único casino de la ciudad queda lo suficientemente lejos como para no topártelo si sales a dar una vuelta o a hacer un par de recados. El kiosko es de los típicos, de aquellos de toda la vida, donde lucen nuevos carteles que rezan “bien jugado”. Me recuerda al otro de “juegue con responsabilidad”, y mi mente conecta rápidamente con eso de que no se puede “fumar saludablemente” o decir aquello de “bien bebido”, que nos llevaríamos las manos a la cabeza si se diera en gremios insalubres este tipo de mensajes. Pero confundir el juego con las apuestas hace que se cuelen mensajes tan contradictorios, con la única finalidad: “rasca, rasca, rasca”, “apuesta, apuesta, apuesta”, “por un eurillo sigue apostando”.
A mi vista cansada de ver estos mensajes, ya no le resuenan con tanta rabia como lo hacían en un inicio, me he resignado a que decoren anuncios en cualquier espacio, pero lo que realmente me ha chirriado en mi salida matutina es aquel que anunciaba aquello de “aquí se vende el cupón del barrio”. "El cupón del barrio" puede ser tan dañino como el "juego responsable" o el "bien jugado". Además, los tres tienen en común que son falsos: no existen. Mi barrio es mucho más que eso.
Los barrios sin apuestas son más sanos, evitan que exista un problema de salud pública que no solo dinamita la vida de quien padece un trastorno de juego o ludopatía (como comúnmente se llama), sino el de las personas que le rodean. Los barrios sin apuestas son más saludables. Al utópico, aquel quiosco verde es solo una manchita pequeña que debería de modificarse. Las asociaciones de derecho público con carácter social deberían de tomar ejemplo, avanzar en sus planteamientos desde una visión de salud, no equipararse a aquellas tragaperras de luces y sonido que, lamentablemente, también conviven en mi barrio dentro de los bares. Público o privado, el sector de las apuestas arrasa con la vida de los barrios. Un barrio mejor es posible, sin apuestas de ningún tipo. Porque con la salud de mi barrio, tampoco se juega.
