Tristeza que sobrevuela el océano a la par que contamina con sus lágrimas los
recuerdos. La ola nos sacudió y expulso volando hacia el futuro sin
preguntarnos cómo queríamos nuestro destino. No cuestionó de dónde veníamos ni a dónde queríamos ir, simplemente nos condujo a un escenario de incertidumbre, a
un nuevo episodio de desasosiego, a la reencarnación más absurda de algo que no
habíamos elegido.
Palabras revueltas que revolotean alejadas de la alegría, de
las tibias sonrisas o de las carcajadas más grotescas. “Nunca seremos quienes
quieren que seamos” y nos vemos llorando, obligados a llorar simplemente para
cubrir el mar de las dudas.
Aterciopeladas son las caricias que sobrevolaran la memoria
para empujarnos al olvido de la que llaman la “generación perdida”.
Arremolinados versos que no riman y que componen la más amarga melodía sonando
en Re menor.
El horizonte se perdió en la brújula, las piedras en los zapatos y la arena de
nuestras manos nunca pudo parar el tiempo de nuestros compases nocturnos.
Ahora, solo ahora, alejados del barullo podremos ser quienes no fuimos para
morir entre cenizas creyendo alcanzar con los dedos todo aquello que soñamos,
todo aquello que vencimos, todo aquello para lo que la tristeza nos convirtió
en verdugos del tiempo.